miércoles, 7 de marzo de 2012

Despertar.


En silencio, saborea su propia halitosis con pastosa lengua, y husmea el sudor reseco en su enmarañado cabello. No es la primera vez que en mitad de la noche un latigazo le recorre la médula y le despierta. No será la última. Ni la más dolorosa.

La misma pesadilla noche tras noche, las mismas visiones de personas que quizá alguna vez fueran figurantes en su vida, o quizá no. Pero los sueños se desvanecen antes de que sea capaz de recordarlos, dejándole un acibarado sabor de incertidumbre e impotencia y el ansia de comprender qué le quieren decir.

Su cerebro se resetea. La neblina recorre la habitación y la oscuridad le abraza. Es un buen momento para darse cuenta de la enorme erección que sufre. Y demasiado complicada es ya la vida como para desaprovechar estas oportunidades que nos brinda la naturaleza de manera tan gratuita. Y demasiado sucias están las sábanas como para preocuparse de buscar dónde depositar a todos esos vástagos que jamás tendrá.

Sus músculos se tensan, el disco duro chirría, y vuelve a buscarle a Él entre los recovecos de su memoria. Y una noche más, los sueños regresan, y le gritan. Es Él. Siempre ha sido Él. Él, a quien siempre le dedica la misma función. Él, el motivo de su contínua vigilia. Él, la causa de que el software de su puñetera cabeza no se actualice. Él, la intranquilidad e incertidumbre de saber que en ese mismo momento también está en la misma oscuridad, con la misma acumulación de sangre, con la misma rabia y la misma obsesión. Ambos, él, al igual que Él, están gimiendo y rociando su vientre después de soñar el uno con el otro.

Catarsis. El tiempo muere en un agujero negro en el Cinturón de Orión. El bucle ha vuelto a repetirse. ¡Qué absurdo! Tan magnífica actuación debiera tenerles el uno al otro como espectadores.

2 comentarios:

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